Vidas Transformadas
Historias de mujeres en varios estados de vida

Vida Matrimonial: Bendecida Por El Señor

Berenice Ortiz

 

Mi nombre es Berenice Ortiz. Nací en Reynosa, Tamaulipas, México. Soy la decimoprimera de doce hermanos. Tuve una infancia muy feliz. Fui a Monterrey, México para estudiar la universidad. Durante ese tiempo, por insistencia de mi hermana, me uní a MCU (Misión Católica Universitaria), un grupo al que ella pertenecía. Actualmente soy miembro de la comunidad Jésed en Monterrey.

Viví mi etapa universitaria libremente y me enamoré del Señor, hasta el punto de preguntarle si quería que viviera soltera para Él, en la Espada del Espíritu o en una congregación religiosa. Busqué al Señor en oración respecto a esto. También tuve algunas conversaciones con un hermano de los Siervos de la Palabra que me dijo orara seriamente por eso y le pidiera guía al Señor. Y eso hice.

Mientras me tomaba tiempo para discernir mi estado de vida, me invitaron a dar una charla en Mexicali en 1995. Una hermana me dio un pasaje en Esther 9, 3. Este pasaje habla de Mardoqueo, un hombre judío importante, querido por sus hermanos y hermanas, que se preocupaba por el bienestar de su gente. Reflexioné en este pasaje de la escritura y escuché al Señor en mi corazón prometiéndome que tenía un hombre bueno como ese para mí.

 

“Era maravilloso vivir enamorados y compartir todas las partes de mi vida con mi esposo y compartir el amor del Señor con su pueblo. Pudimos servirnos el uno al otro y vivir nuestra sexualidad en orden, bendecidos por Dios, con respeto y decoro”Tiempo después, en oración, el Señor me dio una palabra donde me decía que en cualquier camino que escogiera, Él me iba a bendecir. Esto fue clave para mí porque sentí que me daba toda la libertad para escoger entre tener un buen hombre a mí lado o vivir soltera para el Señor. Entonces decidí caminar hacia la vida de matrimonio, sabiendo que la bendición de Dios estaría sobre mí.

Mis líderes en Jésed me dijeron que ore y que visualice el tipo de hombre con el que me gustaría casarme. Puse en una lista tres características que eran esenciales para mí que tuviera quien iba a ser mi compañero en la vida de matrimonio. Primero, quería un hombre que ame al Señor y la vida en comunidad; segundo, que sea trabajador y fiel; y la última, ¡prefería que fuera alguien a quien le guste bailar porque a mí me encanta bailar!

Yo tenía relaciones muy sanas y buenas con los hombres solteros de la comunidad, entonces me dije a mí misma: “Si alguien me invita a salir, voy a estar abierta a salir con él para poder conocerlo”. Cuidé mi corazón y traté de no emocionarme exageradamente. Eventualmente me invitaron a salir y vi las intenciones de este hombre que quería que yo considere tener una relación con él. Al principio no me sentía atraída por él, pero sabía que él era un gran hombre, muy animado y con un corazón servicial. Acepté salir con él y dejé que me cortejara. Descubrí que teníamos muchas cosas en común y eventualmente decidí tener una relación él.

 

Edgar Garza y yo nos casamos el 24 de mayo de 1977. Comenzamos nuestra vida juntos con prácticamente nada y vivimos de la providencia de Dios. Ambos confiábamos en la bondad de Dios. Teníamos un deseo firme de obedecer a Dios y sabíamos que él era nuestra roca, nuestro base. Amábamos al Señor y deseábamos servirle. Formamos una familia cristiana para ayudar a construir el Reino de Dios. Decidimos vivir de forma sencilla y Dios seguía proveyéndonos, poco a poco, de lo que era necesario para que siguiéramos avanzando.

Era maravilloso vivir enamorados y compartir todas las partes de mi vida con mi esposo y compartir el amor del Señor con su pueblo. Pudimos servirnos el uno al otro y vivir nuestra sexualidad en orden, bendecidos por Dios, con respeto y decoro.

 

“Dios no se ha guardado nada al proveer para mis necesidades y las de mis hijos. He visto muchos milagros en mi vida, he visto la mano protectora de Dios..”Nuestro primer hijo, Edgar, nació después de un año y medio de matrimonio. Luego vino Rosita y finalmente llegó Ángela. Cuando nuestra hija menor tenía cuatro meses, tuvo que someterse a una operación. La anestesia la dejó con ceguera y convulsiones. En ese momento no entendíamos lo que Dios quería, pero continuamos buscando al Señor y pidiendo que Su mano sanadora estuviera sobre nuestra hija. Sobrellevamos juntos las situaciones del día a día de la enfermedad de nuestra hija. Cuatro meses después de la operación de Ángela, Edgar tuvo un accidente de tránsito cuando regresaba del trabajo y falleció.

El rumbo de mi vida dio un giro de 180 grados. Me quedé con tres hijos: Edgar con cuatro años, Rosita con dos años y Ángela que tenía ocho meses y estaba atravesando una enfermedad severa.

En mi juventud aprendí que Dios siempre tiene un plan perfecto. También sé que soy su hija que Él me sostiene. Entonces decidí abrazar mis circunstancias. Muchas veces lloré ante el Señor y, en medio del dolor, todavía podía ver la gracia de Dios. Decidí vivir día a día confiando en que Dios tenía mi futuro y el de mis hijos en Sus manos. Le rogué al Señor que cambiará mi tristeza en gozo. Poco a poco, empecé a llorar menos. Decidí encontrar gozo en cada uno de mis hijos y llenar sus vidas de belleza y esperanza. No sé qué pasará mañana, pero estoy confiada en que nuestro futuro está en las manos del Señor.

Dios no se ha guardado nada al proveer para mis necesidades y las de mis hijos. He visto muchos milagros en mi vida, he visto la mano protectora de Dios, he visto el milagro en la sanación de Ángela. Ha sido una vida llena de rendiciones y ofrecimientos y de buscar lo mejor para mis hijos, pero siempre sabiendo que es la mano del Señor la que cuida de mí y de mi familia.

Soy una mujer bendecida. Soy feliz porque sé que soy amada por Dios. Soy su hija predilecta. Vale la pena conocerlo, amarlo, seguirlo y servirlo. Dios es bueno. Dios es fiel. Dios es grande y poderoso. ¡Jesucristo es mi Señor y Él es mi Dios!

 

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